La crítica de Víctor: "Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)" [CON SPOILERS]

Ficha técnica:



Título original: Birdman or (the unexpected virtue of ignorance)

Año: 2014

Duración: 119 minutos

Director: Alejandro G. Iñárritu 
País: Estados Unidos 
Reparto: Michael Keaton, Edward Norton, Emma Stone, Naomi Watts, Zach Galifianakis, Andrea Riseborough, Amy Ryan, Lindsay Duncan, Merritt Wever, Jeremy Shamos, Frank L. Ridley, Katherine O'Sullivan, Damian Young, Bill Camp

CRÍTICA CON SPOILERS. SE CONSIDERARÁ QUE YA HAS VISTO LA PELÍCULA.

Birdman es un pájaro. No, no es sólo un juego de palabras estúpido. La obra magna de Alejandro G. Iñárritu es a la vez un cuento moderno sobre la soledad, la ambición y el deseo de ser queridos, y una, a veces cruel, pero siempre acertada, sátira sobre la decadencia moral, el lugar del artista en la sociedad y el espíritu de las masas.

Dicho esto, queda claro que Birdman es una película con intención crítica. Esta se expresa primero de manera más superficial a través de la sátira, desde la más simple e inconsecuente hasta la más sórdida. El guionista se ríe del teatro, y del cine, y de los espectadores, y de los actores, y de los periodistas, y de los críticos, y de la sociedad, y de los que critican sin tirar ninguna piedra. Llega hasta a reírse de sus propios personajes: ese momento en el que Jake suelta a Riggan que no va a tocar y entrar por esa puerta el actor de sus sueños para pedir un puesto, y entra Lesley justo para decir que Mike Sheener está disponible... es absurdo, parece una broma, y de hecho de cierta manera lo es. Convengo en que el humor absurdo no es del agrado de mucha gente, por lo que entiendo a la gente que no haya apreciado esas escenas en especial.

Pero no a los que salieron de la sala pensando que Birdman es simplemente una sucesión de incoherencias y de bromas mal hechas. Cuatro Oscar (película, director, fotografía, guión) de un total de nueve nominaciones no son baladí. Y de la misma manera que la sátira, al final, es bastante ligera e inconsecuente, un “castigat ridendo mores” sin demasiada mala fe, el grueso de la crítica se expresa por otras vías, mucho más efectivas.



Por favor, que alguien le dé un Oscar a este hombre.

Primero por la estética. La película está filmada prácticamente entera en un plano secuencia, técnica extremadamente difícil que aquí se hizo de manera magnífica. Este método consigue dar una sensación extraña al tiempo, casi agobiante, que junto con unos escenarios sucios, desordenados, llenos de personas u objetos inútiles, termina de hacernos sentir como una simple pieza prescindible en una enorme maquinaria. Es importante fijarse en que la trama ocurre principalmente en la parte de atrás de un teatro, los bastidores que acogen a todo este mundillo artístico... y sus pensamientos. Tras las escenas y el juego de máscaras al que participamos todos, se esconden los verdaderos sentimientos, alrededor de los cuales gira el verdadero argumento de la película.


A este decorado de camerinos en ruinas, de rascacielos orgullosos, acogidos en el seno de la ciudad, Nueva York, su gente y sus vicios, se suma una banda sonora discreta pero en absoluto despreciable, de la mano de Antonio Sánchez. A lo largo de la película, la suerte de compases de batería interpretando jazz con los que empieza van ganando en complejidad a la par que los personajes, llegando a usarse extractos de óperas y sinfonías clásicas para los momentos más impresionantes (véase esta playlist para escucharla).

Pero la estética, aunque importante, resulta accesoria frente al elenco de personajes que Iñárritu despliega ante nuestros ojos. Si bien ninguno es plano ni prescindible, me centraré en los tres “verdaderos” protagonistas, según mi humilde opinión. Estos son Riggan Thomson (Andrew Keaton), Mike Sheener (Edward Norton) y Sam Thomson (Emma Stone).

¿Por dónde empezar? Creo que por un camino que suele gustar al espectador, y que se observa cada vez más en el cine de superhéroes, clásicamente invencibles y por tanto imposibles: la debilidad del héroe. Mike, Sam y Riggan comparten los tres un profundo desprecio de sí mismos, una sensación de soledad creciente y el deseo de ser mejores, de creer en un mundo mejor.


Mike es un actor inestable, un cabrón encantador, un donjuan casi suicidario que se siente atrapado en la vida real y sólo existe, paradójicamente, al actuar: « En el escenario no finjo. Ya te lo dije. Finjo en casi cualquier otro lado, pero no ahí. ». En otras palabras, él sólo puede ser cuando los únicos límites son los que pone él, como actor, y no la sociedad o la moral. No hablo de límites en sus actos, que obviamente no pueden ir más allá del guión, sino límites en lo real que se siente. Él quiere ver “vida en una obra (…), sangrar”.

Por otra parte, está solo. Y ahí es cuando irrumpe Sam, que le recuerda que ya no es joven. Empieza a hablar con ella como una curiosidad, como quien encuentra un juguete de su infancia y lo observa durante un buen rato, rememorando viejas amistades y lugares largo tiempo olvidados. Por supuesto, no es ciego a sus atributos femeninos, pero ese comentario que le suelta sobre su culo no tiene más importancia que un piropo.




Sam, por su parte, es, además de la hija de Birdman, una drogadicta en vía de "recuperación". Que extraño que la llame precisamente la hija de Birdman, ¿verdad? Pero es que así es como los otros la ven, y como ella se ha acostumbrado a ver. Con etiquetas. Drogadicta. Rara. Hija de [inserte aquí un famoso]. Que resulta más irónico aún al ser la hija “del tío ese que actuó de Birdman”, o sea, por elipsis, de Birdman. Así, ha aprendido a esconderse, a quedarse en la sombra de su padre (que se encuentra a su vez a la sombra de Birdman). Empieza la película como una forma en el fondo de muchas escenas que prácticamente no habla ni interfiere. Si se hubo drogado, fue por desquite, por buscar una vía de escape a una vida en la que no sólo se siente sola, sino que su padre no lo es realmente, porque no la entiende como a una hija. Pero ella si le quiere y lo comprende. ¿Quién si no podría gritarle las verdades a la cara de manera tan clara como ella? Se arrepiente después de haberlo hecho, claro, pero no por ello es menos cierto. Y necesario.

Hablemos de Birdman. Ay, Birdman. ¿Qué o quién eres? Cambias a lo largo de la peli, sutilmente, hasta aparecer por detrás de Riggan gritándole al oído. Y hasta parece normal, lógico, inevitable. « ¡Soy tú, imbécil! » ¿Qué o quién es Riggan? Porque la película entera trata de una la lucha de Riggan contra sí mismo, contra Birdman. Los sentimientos de Riggan, por decirlo de alguna manera, se expresan a través de dos narradores: él mismo, viejo actor en busca de prestigio, y Birdman, la voz de su subconsciente. Pero es que « la popularidad es la prima puta del prestigio », ¿recuerdas? Y no es tan fácil separar una cara de un héroe en el imaginario popular. Por otro lado, Birdman no es simplemente el subconsciente de Riggan. Es la modulación de sus deseos más profundos, más violentos, el ejemplo que no quiere seguir pero que es parte de él de todas formas. Creó su obra (la de Riggan) como manera de conjurar a su antiguo yo y acoger un nuevo Riggan, intelectual, profundo, complejo. Pero la película se ríe de él tanto como de nosotros y este termina diciendo que « esta obra empieza a parecer una versión en miniatura y deformada de mí mismo que me sigue a todas partes y me golpea en las pelotas con un martillito chiquito ». En efecto, mientras más avanza la película la obra se vuelve cada vez más espectacular, cada vez más fuerte, y cada vez menos filosófica. Sus sentimientos, y de paso los de los distintos personajes de la obra (en los dos niveles: teatro y película) se imponen cada vez más, hasta explotar y directamente mostrarse con la forma de Birdman, el héroe de traje emplumado y pico dorado (que ridículo suena, por favor), siguiéndole por las calles de Nueva York. Porque lo que quiere de verdad Riggan, sus deseos más básicos (que son los mismos que todos nosotros), son destrucción, sangre y sexo, entretenimiento absurdo y feroz. « Dale a la gente lo que quiere: pornografía clásica y apocalíptica. (...) ¡A eso me refiero! ¡Estremecedor! ¡Grande, fuerte, rápido! »


« Popularity is the slutty little cousin of prestige. »
« La popularidad es la prima puta del prestigio. »

Vale. Paremos un momento. Tenemos tres personajes, rotos por dentro, solitarios, algo deprimidos, y cada uno buscando una vía de escape. De escape. Justamente. ¿Qué es lo que ansían por encima de todo? ¿Cuál es su deseo más profundo? La libertad. O el amor. ¿Acaso hay alguna diferencia? Mike escapa actuando. Cuando está en un escenario, “nada es un problema” para él. Sam intentó escapar con la droga y una “actitud”, como dice Mike, que (volveré más tarde sobre esta frase) no puede esconder el hecho de que ella sea “enorme”, un “maravilloso desastre”. Riggan, alias Birdman, intentó escapar con su obra, pero le salió el tiro por la culata.

Pero la manera en que llegan a sus deseos, que es también la razón por la que elegí a estos tres como protagonistas, es creciendo juntos. Madurando (suena tonto, pero es lo que hay) juntos. Ganando complejidad juntos. Pero juntos como un sistema de relaciones triangular con un equilibro cuanto menos inestable.

Mike y Sam se acercan, poquito a poquito, el uno al otro. Aprenden a conocer al otro, se van desvelando, lentamente, porque las heridas siguen abiertas y duelen. Pero -a lo mejor- terminan aceptando al otro en su vida, confiando en él. Lo que más necesitaba Sam era alguien en quien creer, un “padre” a la vez que un igual. Lo que más necesitaba Mike era alguien que comprendiese su angustia vital, que lo aceptase sin reservas, algo que sólo una juventud inexperta como la de Sam puede hacer. Además, ella representa esa juventud perdida, verla es sentir la nostalgia del pasado en un presente que se antoja cada vez más complicado.

Riggan y Sam reparan, paso a paso, su relación de padre a hija. Más que Riggan ganándose la confianza de Sam (porque ella ya no lo necesita, realmente), se trata de Sam sirviéndole de apoyo. Y, sea dicho de paso, haciendo unos comentarios mordaces sobre las redes sociales y la opinión pública que no puedo sino aplaudir a Iñárritu.

Riggan y Mike, el guionista maldito y su actor sorprendente, protagonizan varios de los mejores momentos del largometraje. Al final, Mike se dedica a abrirle los ojos a Riggan sobre lo que significa ser actor y lo que representa el teatro y la crítica para ellos. Para Riggan, Mike es insoportable pero imprescindible.

Mike y Sam se salvan, al final, el uno al otro. Pero Riggan sigue otro camino. Porque justo después de que le hablara Birdman, empieza una escena que se me quedará grabada a fuego de lo bella que es. Riggan (no Birdman) volando a través los edificios de Nueva York, gritando con Rachmaninoff de fondo. La felicidad pura que transmite... no puedo explicarlo, pero sé que eso es lo que elige Riggan. Cuando salta por la ventana, no elige ninguna de sus dos identidades. Ni la alegre destrucción de Birdman, ni las deprimentes verdades del intelectual. Porque de eso se trata. No importa realmente saber cuál fue su destino, ni lo que vio Sam al asomarse por aquella ventana, sino que el hecho de que no elegir la verdad, no tener elegir, simplemente, vivir, son el verdadero mensaje que nos da el director con esta película.

Porque su título no es casual. “La inesperada virtud de la ignorancia” no es simplemente una manera de superar doctrina y pensamiento clásico, no es sólo la condición necesaria para aprender y crear, como lo sugiere Tabitha Dickinson; sino que también es lo que permite aceptar esa inexplicable sensación de que una emoción nos supera, como el amor. O la libertad. ¿Acaso importa?



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